Elsa Gindler


Elsa Gindler fue una maestra de educación física que cayó enferma de tuberculosis cuando tenía veintitantos años, y fue desahuciada por los médicos aconsejándole que dejara la ciudad y pasara sus últimos días en el aire puro de los Alpes. Para una joven maestra de la clase trabajadora esto estaba fuera de su alcance. No existía entonces la técnica de paralizar el pulmón enfermo para dejarlo descansar y lograr así su curación. Gindler intuyo que si lograra, con quietud y paciencia, ser capaz de sentir algo de sus propios procesos internos, y descubrir formas de estimular la curación, en vez de obstaculizarla, podría sanar. Los tejidos enfermos eran los de uno de los pulmones, y Gindler se convenció que debía volverse tan sensible con su respiración, que pudiera permitir que el aire penetrara solamente en el lado sano de sus pulmones, mientras que la parte seriamente afectada permaneciera en relativo descanso
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Esta tarea autoimpuesta podría casi considerarse como una definición de lo que los estudiantes del budismo Zen ahora llaman "meditación", la entrega total a la respiración. Pero en 1920, Gindler nunca había oído nada sobre el Zen, y estaba experimentando por su cuenta, basada exclusivamente en su intuición. Ya que la respiración requiere más de la actividad muscular que cualquier otra actividad vital, esto significaba un despertar muy generalizado de su propio flexibilidad muscular así como d sus procesos internos. Significaba, en verdad, un estado de alerta de todo el sistema nervioso sensorial, porque, como una piedra arrojada al agua, cualquier excitación de organismo tiende a originar una reacción en el organismo entero. En una situación tan crítica, cada perturbación en la respiración era muy aguda. Por otro lado, cuando pudiera sentir el funcionamiento interno, podría permitir conscientemente que las obstrucciones se disolvieran y dejaran de interferir con la tendencia innata del organismo a regenerarse.

En el transcurso de un año, Elsa Gindler, se había prácticamente curado a sí misma para asombro de los médicos académicos que le habían atendido, uno de los cuales, encontrándosela por la calle, le pidió que fuera a su consulta para un examen, y al escuchar la explicación de Gindler sobre su cura, se ruborizó y le dijo: Los milagros suceden algunas veces.
Pero desde entonces, Gindler, y no pudo dar clases de calistenia. Se había dado cuenta de que podía aprender a sentir su propio funcionamiento, y más todavía, a percibir y a permitir los cambios en las actitudes que acompañan a éste. Se había percatado de que ésta podía convertirse en una actitud hacia la vida totalmente diferente de aprender los métodos y las prácticas de otros. Hasta su muerte en 1961, persiguió y exploró esta actitud por medio de experimentos prácticos con estudiantes devotos, y sin darle a su trabajo otro nombre más formal o específico que el de Trabajo con el Ser Humano.